miércoles, 29 de febrero de 2012

¿Cual es tu juego?

Tiempo de....

Santa Cuaresma

Vosotros orad así

Y en las demás ceremonias acerca del rezar y otras devociones, no quieran arrimar la voluntad a otras ceremonias y modos de oraciones de las que nos enseñó Cristo; que claro está que, cuando sus discípulos le rogaron que los enseñase a orar, les diría todo lo que hace al caso para que nos oyese el Padre Eterno, como el que tan bien conocía su condición y sólo les enseñó aquellas siete peticiones del Pater noster, en que se incluyen todas nuestras necesidades espirituales y temporales, y no les dijo otras muchas maneras de palabras y ceremonias, antes, en otra parte, les dijo que cuando oraban no quisiesen hablar mucho, porque bien sabía nuestro Padre celestial lo que nos convenía.

Sólo encargó, con muchos encarecimientos, que perseverásemos en oración, es a saber, en la del Pater noster, diciendo en otra parte que conviene siempre orar y nunca faltar. Mas no enseñó variedades de peticiones, sino que éstas se repitiesen muchas veces y con fervor y con cuidado; porque, como digo, en éstas se encierra todo lo que es voluntad de Dios y todo lo que nos conviene. Que, por eso, cuando Su Majestad acudió tres veces al Padre Eterno, todas tres veces oró con la misma palabra del Pater noster, como dicen los Evangelistas, diciendo: Padre, si no puede ser sino que tengo de beber este cáliz, hágase tu voluntad.
San Juan de la Cruz

Se levantó y lo siguió

¡Qué bueno sois, Dios mío, como os apresuráis a levantar a los pecadores, a gritar «Esperanza» a los culpables! ¡Cómo os mostráis desde las primeras páginas del Evangelio, que sois el Buen Pastor, el Padre del hijo pródigo, el médico divino que habéis venido para los enfermos!

Me parece que, desde las primeras páginas del Evangelio, os habéis empeñado en repetirnos: «No quiero la muerte del pecador sino que se convierta y viva» (Ez 18,23). Oh Dios, Padre de misericordia, Vos queréis decirnos que hay esperanza y gracia incluso para los culpables, incluso por los que han caído más bajamente, los que más se han ensuciado. Los que a los ojos de los hombres se han envilecido irremediablemente y están caídos, todavía son nobles y bellos a vuestros ojos. Que se arrepientan, que como David, digan: «He pecado» (2S 12,13). Para estas almas que el mundo creía tan perdidas y Vos las habéis totalmente recuperado, levantado, purificado, embellecido, Vos les habéis abierto tan ampliamente el tesoro de vuestros favores que ninguna gracia les es rechazada, ninguna grandeza les es inaccesible.

Por muy abajo que caigamos, no desesperemos nunca. La bondad de Dios está por encima de todo mal posible. «Aunque vuestros pecados fueren como la escarlata, yo haré que queden más blancos que la nieve» (Is 1,18). No hay ningún momento en nuestra vida en el que no podamos comenzar una nueva existencia,... separada, como a través de un muro, de nuestras infidelidades pasadas.
Beato Carlos de Foucauld

domingo, 26 de febrero de 2012

Domindo I de Cuaresma

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 1, 12- 15

En aquel tiempo el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás, vivía entre alimañas y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía:

-- Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creer en el Evangelio.

viernes, 24 de febrero de 2012

Fijémonos los unos en los otros

MENSAJE DEL SANTO PADRE
BENEDICTO XVI
PARA LA CUARESMA 2012

«Fijémonos los unos en los otros
para estímulo de la caridad y las buenas obras» (Hb 10, 24)

Queridos hermanos y hermanas

La Cuaresma nos ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad. En efecto, este es un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitario. Se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual.

Este año deseo proponer algunas reflexiones a la luz de un breve texto bíblico tomado de la Carta a los Hebreos: «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (10,24). Esta frase forma parte de una perícopa en la que el escritor sagrado exhorta a confiar en Jesucristo como sumo sacerdote, que nos obtuvo el perdón y el acceso a Dios. El fruto de acoger a Cristo es una vida que se despliega según las tres virtudes teologales: se trata de acercarse al Señor «con corazón sincero y llenos de fe» (v. 22), de mantenernos firmes «en la esperanza que profesamos» (v. 23), con una atención constante para realizar junto con los hermanos «la caridad y las buenas obras» (v. 24). Asimismo, se afirma que para sostener esta conducta evangélica es importante participar en los encuentros litúrgicos y de oración de la comunidad, mirando a la meta escatológica: la comunión plena en Dios (v. 25). Me detengo en el versículo 24, que, en pocas palabras, ofrece una enseñanza preciosa y siempre actual sobre tres aspectos de la vida cristiana: la atención al otro, la reciprocidad y la santidad personal.

1. “Fijémonos”: la responsabilidad para con el hermano.

El primer elemento es la invitación a «fijarse»: el verbo griego usado es katanoein, que significa observar bien, estar atentos, mirar conscientemente, darse cuenta de una realidad. Lo encontramos en el Evangelio, cuando Jesús invita a los discípulos a «fijarse» en los pájaros del cielo, que no se afanan y son objeto de la solícita y atenta providencia divina (cf. Lc 12,24), y a «reparar» en la viga que hay en nuestro propio ojo antes de mirar la brizna en el ojo del hermano (cf. Lc 6,41). Lo encontramos también en otro pasaje de la misma Carta a los Hebreos, como invitación a «fijarse en Jesús» (cf. 3,1), el Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe. Por tanto, el verbo que abre nuestra exhortación invita a fijar la mirada en el otro, ante todo en Jesús, y a estar atentos los unos a los otros, a no mostrarse extraños, indiferentes a la suerte de los hermanos. Sin embargo, con frecuencia prevalece la actitud contraria: la indiferencia o el desinterés, que nacen del egoísmo, encubierto bajo la apariencia del respeto por la «esfera privada». También hoy resuena con fuerza la voz del Señor que nos llama a cada uno de nosotros a hacernos cargo del otro. Hoy Dios nos sigue pidiendo que seamos «guardianes» de nuestros hermanos (cf. Gn 4,9), que entablemos relaciones caracterizadas por el cuidado reciproco, por la atención al bien del otro y a todo su bien. El gran mandamiento del amor al prójimo exige y urge a tomar conciencia de que tenemos una responsabilidad respecto a quien, como yo, es criatura e hijo de Dios: el hecho de ser hermanos en humanidad y, en muchos casos, también en la fe, debe llevarnos a ver en el otro a un verdadero alter ego, a quien el Señor ama infinitamente. Si cultivamos esta mirada de fraternidad, la solidaridad, la justicia, así como la misericordia y la compasión, brotarán naturalmente de nuestro corazón. El Siervo de Dios Pablo VI afirmaba que el mundo actual sufre especialmente de una falta de fraternidad: «El mundo está enfermo. Su mal está menos en la dilapidación de los recursos y en el acaparamiento por parte de algunos que en la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos» (Carta. enc. Populorum progressio [26 de marzo de 1967], n. 66).

La atención al otro conlleva desear el bien para él o para ella en todos los aspectos: físico, moral y espiritual. La cultura contemporánea parece haber perdido el sentido del bien y del mal, por lo que es necesario reafirmar con fuerza que el bien existe y vence, porque Dios es «bueno y hace el bien» (Sal 119,68). El bien es lo que suscita, protege y promueve la vida, la fraternidad y la comunión. La responsabilidad para con el prójimo significa, por tanto, querer y hacer el bien del otro, deseando que también él se abra a la lógica del bien; interesarse por el hermano significa abrir los ojos a sus necesidades. La Sagrada Escritura nos pone en guardia ante el peligro de tener el corazón endurecido por una especie de «anestesia espiritual» que nos deja ciegos ante los sufrimientos de los demás. El evangelista Lucas refiere dos parábolas de Jesús, en las cuales se indican dos ejemplos de esta situación que puede crearse en el corazón del hombre. En la parábola del buen Samaritano, el sacerdote y el levita «dieron un rodeo», con indiferencia, delante del hombre al cual los salteadores habían despojado y dado una paliza (cf. Lc 10,30-32), y en la del rico epulón, ese hombre saturado de bienes no se percata de la condición del pobre Lázaro, que muere de hambre delante de su puerta (cf. Lc 16,19). En ambos casos se trata de lo contrario de «fijarse», de mirar con amor y compasión. ¿Qué es lo que impide esta mirada humana y amorosa hacia el hermano? Con frecuencia son la riqueza material y la saciedad, pero también el anteponer los propios intereses y las propias preocupaciones a todo lo demás. Nunca debemos ser incapaces de «tener misericordia» para con quien sufre; nuestras cosas y nuestros problemas nunca deben absorber nuestro corazón hasta el punto de hacernos sordos al grito del pobre. En cambio, precisamente la humildad de corazón y la experiencia personal del sufrimiento pueden ser la fuente de un despertar interior a la compasión y a la empatía: «El justo reconoce los derechos del pobre, el malvado es incapaz de conocerlos» (Pr 29,7). Se comprende así la bienaventuranza de «los que lloran» (Mt 5,4), es decir, de quienes son capaces de salir de sí mismos para conmoverse por el dolor de los demás. El encuentro con el otro y el hecho de abrir el corazón a su necesidad son ocasión de salvación y de bienaventuranza.

El «fijarse» en el hermano comprende además la solicitud por su bien espiritual. Y aquí deseo recordar un aspecto de la vida cristiana que a mi parecer ha caído en el olvido: la corrección fraterna con vistas a la salvación eterna. Hoy somos generalmente muy sensibles al aspecto del cuidado y la caridad en relación al bien físico y material de los demás, pero callamos casi por completo respecto a la responsabilidad espiritual para con los hermanos. No era así en la Iglesia de los primeros tiempos y en las comunidades verdaderamente maduras en la fe, en las que las personas no sólo se interesaban por la salud corporal del hermano, sino también por la de su alma, por su destino último. En la Sagrada Escritura leemos: «Reprende al sabio y te amará. Da consejos al sabio y se hará más sabio todavía; enseña al justo y crecerá su doctrina» (Pr 9,8ss). Cristo mismo nos manda reprender al hermano que está cometiendo un pecado (cf. Mt 18,15). El verbo usado para definir la corrección fraterna —elenchein—es el mismo que indica la misión profética, propia de los cristianos, que denuncian una generación que se entrega al mal (cf. Ef 5,11). La tradición de la Iglesia enumera entre las obras de misericordia espiritual la de «corregir al que se equivoca». Es importante recuperar esta dimensión de la caridad cristiana. Frente al mal no hay que callar. Pienso aquí en la actitud de aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se adecúan a la mentalidad común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino del bien. Sin embargo, lo que anima la reprensión cristiana nunca es un espíritu de condena o recriminación; lo que la mueve es siempre el amor y la misericordia, y brota de la verdadera solicitud por el bien del hermano. El apóstol Pablo afirma: «Si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado» (Ga 6,1). En nuestro mundo impregnado de individualismo, es necesario que se redescubra la importancia de la corrección fraterna, para caminar juntos hacia la santidad. Incluso «el justo cae siete veces» (Pr 24,16), dice la Escritura, y todos somos débiles y caemos (cf. 1 Jn 1,8). Por lo tanto, es un gran servicio ayudar y dejarse ayudar a leer con verdad dentro de uno mismo, para mejorar nuestra vida y caminar cada vez más rectamente por los caminos del Señor. Siempre es necesaria una mirada que ame y corrija, que conozca y reconozca, que discierna y perdone (cf. Lc 22,61), como ha hecho y hace Dios con cada uno de nosotros.

2. “Los unos en los otros”: el don de la reciprocidad.

Este ser «guardianes» de los demás contrasta con una mentalidad que, al reducir la vida sólo a la dimensión terrena, no la considera en perspectiva escatológica y acepta cualquier decisión moral en nombre de la libertad individual. Una sociedad como la actual puede llegar a ser sorda, tanto ante los sufrimientos físicos, como ante las exigencias espirituales y morales de la vida. En la comunidad cristiana no debe ser así. El apóstol Pablo invita a buscar lo que «fomente la paz y la mutua edificación» (Rm 14,19), tratando de «agradar a su prójimo para el bien, buscando su edificación» (ib. 15,2), sin buscar el propio beneficio «sino el de la mayoría, para que se salven» (1 Co 10,33). Esta corrección y exhortación mutua, con espíritu de humildad y de caridad, debe formar parte de la vida de la comunidad cristiana.

Los discípulos del Señor, unidos a Cristo mediante la Eucaristía, viven en una comunión que los vincula los unos a los otros como miembros de un solo cuerpo. Esto significa que el otro me pertenece, su vida, su salvación, tienen que ver con mi vida y mi salvación. Aquí tocamos un elemento muy profundo de la comunión: nuestra existencia está relacionada con la de los demás, tanto en el bien como en el mal; tanto el pecado como las obras de caridad tienen también una dimensión social. En la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, se verifica esta reciprocidad: la comunidad no cesa de hacer penitencia y de invocar perdón por los pecados de sus hijos, pero al mismo tiempo se alegra, y continuamente se llena de júbilo por los testimonios de virtud y de caridad, que se multiplican. «Que todos los miembros se preocupen los unos de los otros» (1 Co 12,25), afirma san Pablo, porque formamos un solo cuerpo. La caridad para con los hermanos, una de cuyas expresiones es la limosna —una típica práctica cuaresmal junto con la oración y el ayuno—, radica en esta pertenencia común. Todo cristiano puede expresar en la preocupación concreta por los más pobres su participación del único cuerpo que es la Iglesia. La atención a los demás en la reciprocidad es también reconocer el bien que el Señor realiza en ellos y agradecer con ellos los prodigios de gracia que el Dios bueno y todopoderoso sigue realizando en sus hijos. Cuando un cristiano se percata de la acción del Espíritu Santo en el otro, no puede por menos que alegrarse y glorificar al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5,16).

3. “Para estímulo de la caridad y las buenas obras”: caminar juntos en la santidad.

Esta expresión de la Carta a los Hebreos (10, 24) nos lleva a considerar la llamada universal a la santidad, el camino constante en la vida espiritual, a aspirar a los carismas superiores y a una caridad cada vez más alta y fecunda (cf. 1 Co 12,31-13,13). La atención recíproca tiene como finalidad animarse mutuamente a un amor efectivo cada vez mayor, «como la luz del alba, que va en aumento hasta llegar a pleno día» (Pr 4,18), en espera de vivir el día sin ocaso en Dios. El tiempo que se nos ha dado en nuestra vida es precioso para descubrir y realizar buenas obras en el amor de Dios. Así la Iglesia misma crece y se desarrolla para llegar a la madurez de la plenitud de Cristo (cf. Ef 4,13). En esta perspectiva dinámica de crecimiento se sitúa nuestra exhortación a animarnos recíprocamente para alcanzar la plenitud del amor y de las buenas obras.

Lamentablemente, siempre está presente la tentación de la tibieza, de sofocar el Espíritu, de negarse a «comerciar con los talentos» que se nos ha dado para nuestro bien y el de los demás (cf. Mt 25,25ss). Todos hemos recibido riquezas espirituales o materiales útiles para el cumplimiento del plan divino, para el bien de la Iglesia y la salvación personal (cf. Lc 12,21b; 1 Tm 6,18). Los maestros de espiritualidad recuerdan que, en la vida de fe, quien no avanza, retrocede. Queridos hermanos y hermanas, aceptemos la invitación, siempre actual, de aspirar a un «alto grado de la vida cristiana» (Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte [6 de enero de 2001], n. 31). Al reconocer y proclamar beatos y santos a algunos cristianos ejemplares, la sabiduría de la Iglesia tiene también por objeto suscitar el deseo de imitar sus virtudes. San Pablo exhorta: «Que cada cual estime a los otros más que a sí mismo» (Rm 12,10).

Ante un mundo que exige de los cristianos un testimonio renovado de amor y fidelidad al Señor, todos han de sentir la urgencia de ponerse a competir en la caridad, en el servicio y en las buenas obras (cf. Hb 6,10). Esta llamada es especialmente intensa en el tiempo santo de preparación a la Pascua. Con mis mejores deseos de una santa y fecunda Cuaresma, os encomiendo a la intercesión de la Santísima Virgen María y de corazón imparto a todos la Bendición Apostólica.

Vaticano, 3 de noviembre de 2011


BENEDICTUS PP. XVI

Tengo fe, pero dudo, ayúdame

Entiendo que quedan unas verdades en esta alma tan fijas de la grandeza de Dios, que, cuando no tuviera fe que le dice quién es y que está obligada a creerle por Dios, le adorara desde aquel punto por tal, como hizo Jacob cuando vio la escala (Gn 28, 12), que con ella debía de entender otros secretos que no los supo decir; que por sólo ver una escala que bajaban y subían ángeles, si no hubiera más luz interior, no entendiera tan grandes misterios. No sé si atino en lo que digo, porque, aunque lo he oído, no sé si se me acuerda bien. Ni tampoco Moisés supo decir todo lo que vio en la zarza, sino lo que quiso Dios que dijese (Ex 3, 2); mas, si no mostrara Dios a su alma secretos con certidumbre para que viese y creyese que era Dios, no se pusiera en tantos y tan grandes trabajos; mas debía entender tan grandes cosas dentro de los espinos de aquella zarza, que le dieron ánimo para hacer lo que hizo por el pueblo de Israel.

Así que, hermanas, las cosas ocultas de Dios no hemos de buscar razones para entenderlas, sino que, como creemos que es poderoso, está claro que hemos de creer que un gusano de tan limitado poder como nosotros, que no ha de entender sus grandezas. Alabémosle mucho, porque es servido que entendamos algunas.

Santa Teresa de Jesús.

Todos los viernes, rezamos el Via Crucis

El Rosario

Queridos jóvenes,
a través de la oración
y de la meditación de los misterios,
¡María os guía con seguridad hacia su Hijo!
No os avergoncéis de recitar el Rosario.
Beato Juan Pablo II.

¿Es ése el ayuno que yo quiero?

El que practica el ayuno debe comprender qué es el ayuno: debe
acoger con agrado al hombre que tiene hambre si quiere que Dios le acoja con
su propia hambre; debe ser misericordioso si espera recibir misericordia...
Lo que hemos perdido a través del desprecio, lo hemos de conquistar a través
del ayuno; inmolemos nuestras vidas con el ayuno, puesto que no hay nada más
importante que podamos ofrecer a Dios, tal como da pruebas de ello el
profeta cuando dice: «El sacrificio que Dios quiere es un corazón
quebrantado; el corazón quebrantado y humillado, Dios no lo desprecia» (Sl
50,19).

Ofrece, pues, a Dios tu vida, ofrece la oblación del ayuno para
que le llegue a Él una ofrenda pura, un sacrificio santo, una víctima viva
que interceda en favor tuyo... Mas, para que estos dones sean agradables es
preciso que vayan seguidos por la misericordia. El ayuno no da ningún fruto
si no es regado por la misericordia; el ayuno se convierte en menos árido
acompañado de la misericordia; lo que es la lluvia para la tierra, lo es la
misericordia para el ayuno.

El que ayuna puede muy bien cultivar su corazón, purificar su
carne, arrancar vicios, sembrar virtudes: si no derrama sobre ellos la
misericordia, no recoge ningún fruto. Tú que ayunas, tu campo ayuna también
si le privas de la misericordia; tú que ayunas, lo que esparces a través de
la misericordia, crecerá de nuevo en tu granero. Para no despilfarrar por tu
avaricia, recoge por tu generosidad. Cuanto das al pobre, te lo das a ti
mismo; porque lo que tú no cedes a otro, tampoco tú lo tendrás.
San Pedro Crisólogo

Señor, por la fuerza de tu Espíritu:

Concédenos fortaleza y paciencia en la lucha por la paz.

Enséñanos a dar testimonio del Evangelio con nuestra vida.

No permitas que caigamos en el desánimo.

Danos fuerza para vivir intensamente esta Cuaresma.

Muéstrate a quienes no te conocen y te buscan.

Lleva a su plenitud el trabajo que hemos realizado durante estos días.

Concede un buen descanso a quienes lo necesitan.

Cuida de quienes viajan y trabajan durante la noche.

No tengan en cuenta nuestras infidelidades.

Acoge en tu reino a quienes han dejado este mundo.

Que cada día tome su cruz y me siga

Señor, que tu crucifixión y tu resurrección nos enseñen a afrontar las luchas de la vida cotidiana y a atravesar las angustias de la muerte a fin de que vivamos una vida más plena y más creadora. Paciente y humildemente has aceptado los fracasos de la vida humana, como son los sufrimientos de tu crucifixión.

Ayúdanos aceptar las penas y las luchas que nos trae cada día como ocasiones de crecer y asemejarte mejor. Haznos capaces de afrontarlas pacientemente y con valentía, con plena confianza en tu protección.

Haznos comprender que no llegaremos a la plenitud de la vida si no es a través de una incesante muerte de nosotros mismos y de nuestros deseos egoístas, porque es solamente muriendo contigo que podremos contigo resucitar.

Beata Teresa de Calcuta

Cuaresma, mójate

lunes, 20 de febrero de 2012

Has venido por mi, Señor

Para que , conociéndote,
sepa que no existe alguien mayor que Tú
cimientos más sólidos que los tuyos
(la fe y la esperanza, el amor y la vida)
Has venido por mí, Señor
Para que, viéndote, te ame y me fie de Ti
Para que, amándote,
ame y me confíe a los que me necesiten
Has venido por mí, Señor;
y te doy las gracias y te bendigo
y te glorifico y te busco
y, buscándote, pido que reines en mí
Para que, siendo Tú el Rey de mi vida
no me rinda en las batallas de cada día
ni me eche atrás a la hora de defenderte
ni oculte mi rostro
cuando, a mi puerta, llamen los dramas humanos
Has venido por mí, Señor
Para que, mis dolores, siguiéndote
se sientan aliviados por tu presencia
Para que, mis pecados, llorando ante Ti
sean perdonados por tu mano misericordiosa
¡Has venido, por mí, Señor!
¡Gracias..Señor!

Javier Leoz

VII Domingo del T.O.

Evangelio según San Marcos 2,1-12

Unos días después, Jesús volvió a Cafarnaún y se difundió la noticia de que estaba en la casa.
Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siquiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra.
Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres. Y como no podían acercarlo a él, a causa de la multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: "Hijo, tus pecados te son perdonados". Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior: "¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?" Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: "¿Qué están pensando? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: 'Tus pecados te son perdonados', o 'Levántate, toma tu camilla y camina'?
Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados -dijo al paralítico- yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa". El se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: "Nunca hemos visto nada igual".

domingo, 12 de febrero de 2012

VI Domingo del T.O.

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 1, 40-45

En aquel tiempo se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas:

-- Si quieres, puedes limpiarme.

Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo:

-- Quiero: queda limpio

La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Él le despidió encargándole severamente:

-- No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.

Pero cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aún así acudían a él de todas partes.

sábado, 11 de febrero de 2012

Religiosos Jóvenes Hoy

Jornada Mundial del Enfermo 2012

TU FE TE HA SALVADO
Levántate, vete (Lc. 17, 19)



ORACIÓN
Nos has bendecido, Señor,
con el don de la fe que sana y salva y,
en la que todo encuentra sentido.
Señor,
en momentos de duda y desconcierto,
cuando se imponen el dolor y el miedo
o domina el sufrimiento: aumenta nuestra fe,
para descubrir tu amor entrañable,
tu misericordia que sana las heridas,
tu voluntad de conducirnos a la plenitud.
Señor,
que en cada acontecimiento de la vida,
en la salud o en la enfermedad,
en la alegría o en el llanto,
pasemos haciendo el bien,
siendo testigos de tu amor que salva.
Amén.

Virgen de Lourdes

Invoquemos a la Virgen de Lourdes, que nos invita a la conversión y la penitencia:

Oh Virgen santísima,
Madre de Dios,
Madre de Cristo,
Madre de la Iglesia,
míranos clemente en esta hora.

Virgo fidélis, Virgen fiel,
ruega por nosotros.
Enséñanos a creer como has creído tu.
Haz que nuestra fe
en Dios, en Cristo, en la Iglesia,
sea siempre límpida, serena, valiente, fuerte, generosa.

Mater amábilis, Madre digna de amor.
Mater pulchrae dilectiónis, Madre del Amor Hermoso,
¡ruega por nosotros!
Enséñanos a amar a Dios y a nuestros hermanos
como les amaste tú;
haz que nuestro amor a los demás
sea siempre paciente, benigno, respetuoso.

Causa nostrae laetítiae, causa de nuestra alegría,
¡ruega por nosotros!
Enséñanos a saber captar, en la fe,
la paradoja de la alegría cristiana,
que nace y florece en el dolor,
en la renuncia,
en la unión con tu Hijo crucificado:
¡haz que nuestra alegría
sea siempre auténtica y plena
para podérsela comunicar a todos!
Amén.
Beato Juan Pablo II PP.

jueves, 9 de febrero de 2012

¡Ay de mi, mi Señor!

Si descubriéndote pensara que, con tenerte,
ya es suficiente.
Si, amándote como yo te amo,
guardase todo ese caudal de vida y de amor
en el cofre de mis propios intereses
en el silencio de mi cómoda cobardía.
¡AY DE MI, MI SEÑOR!
Si, sintiéndome tocado por tu mano
las mías se cerrasen a los que, sin saber que existes,
están llamados a ser más felices
porque desconocen que, Tú Señor,
los amas antes de conocerte.
¡AY DE MI, MI SEÑOR!
Si el fuego que arde en mis entrañas
lo dejo apagar con el agua de mi tibieza
si no lo enciendo con el ardor de mi entusiasmo
si permito que, el viento de la pereza,
lo reduzca a simples cenizas o vagos recuerdos.
¡AY DE MI, MI SEÑOR!
Si habiendo dado contigo
me acobardo por la dureza del mundo
y finjo no conocerte, amarte ni seguirte
Si habiéndote escuchado tus palabras
quedaron en el olvido, ineficaces
sin ser brújula de las grandes horas de mi vida
¡AY DE MI, MI SEÑOR!
Si me siento seguro de mi mismo
si, lejos de caminar contigo,
prefiero caminos y atajos que llevan al precipicio
Si creyéndome libre, soy esclavo del mundo
Si pensado ser feliz, en el fondo soy desdichado
¡AY DE MI, MI SEÑOR, SI NO HABLASE DE TI!
Cuánto perdería el mundo, por no conocerte
Y cuánto perdería yo….por no demostrarte
con palabras y obras
que es mi deber, antes de cerrar los ojos al mundo,
llevarte como la mejor noticia
a este mundo que grita no saber quién eres.
Amén.
Javier Leoz

miércoles, 8 de febrero de 2012

Intenciones de febrero

General: Acceso al agua.
Para que todos los pueblos tengan pleno acceso al agua y a los recursos necesarios para su sustento cotidiano.


Misionera: Trabajadores de la salud.
Para que el Señor sostenga el esfuerzo de los trabajadores de la salud en su servicio a los enfermos y ancianos de las regiones más pobres.

domingo, 5 de febrero de 2012

No tengo más remedio

V Domingo del T.O.

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 1, 29-39

En aquel tiempo, al salir Jesús de la Sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.

Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios; y como los demonios lo conocían no les permitía hablar.

Se levantó de madrugada, se marcho al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron:

--Todo el mundo te busca.

Él les respondió:

-- Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido.

Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando demonios.

viernes, 3 de febrero de 2012

Por los Consagrados

Oh María, Madre de la Iglesia,
confío a ti toda la vida consagrada,
para que obtenga la plenitud de la luz divina:
que viva en la escucha de la Palabra de Dios,
en la humildad para seguir la estela de Jesús tu Hijo y nuestro Señor,
en la acogida de la visita del Espíritu Santo,
en la alegría cotidiana del Magnificat,
para que la Iglesia sea edificada por la santidad de vida
de estos tus hijos e hijas,
en el mandamiento del amor. Amén