De Benedicto XVI
Te encomendamos
nuestros seres queridos a ti Señor,
sabiendo que a tus fieles
tú no les quitas la vida
sino que la transformas,
y en el mismo momento
en que se destruye
la morada de este exilio nuestro
en la tierra,
te preocupas de preparar
una eterna e inmortal en el paraíso.
Padre Santo,
Señor del cielo y de la tierra,
escucha el grito de dolor
y de esperanza,
que eleva a ti esta comunidad
duramente probada por el terremoto.
Es el grito silencioso
de la sangre de madres,
de padres, de jóvenes
y también de niños inocentes
que se alza de esta tierra.
Han sido arrancados
del afecto de sus seres queridos:
acógelos a todos en tu paz,
Señor, que eres el Dios-con-nosotros,
el Amor capaz de dar la vida sin fin.
Tenemos necesidad de ti
y de tu fuerza,
porque nos sentimos pequeños
y frágiles ante la muerte.
Te rogamos, ayúdanos,
porque solamente con tu apoyo
podremos volver a levantarnos
y a reanudar juntos
el camino de la vida,
cogiéndonos de la mano
unos a otros con confianza.
Te lo pedimos por Jesucristo,
nuestro Salvador,
en el que brilla la esperanza
de la feliz resurrección.
Amén.
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