lunes, 20 de diciembre de 2010

Sobre María, la Esperanza en el Adviento


Dios sólo pudo entrar en tu clausura
y su sombra de amor iluminada
puso su Verbo en tu humildad callada
y en tu tierna acimez, su levadura.


Tu claustro fue volcán; fervor, tu hondura.
Tu arquitectura, en ábside volcada,
carco airoso de Dios, torre cercada
por el arco fluvial de tu cintura.


Virgen de la Esperanza y de la espera.
Virgen del fruto en curva de palmera.
Sábado roto en alba presentida.


Llegas de adviento y gravidez rendida
para traer a nuestra fe viajera
tu luz y tu sazón de primavera. Amén.

De la EXHORTACIÓN APOSTÓLICA REDEMPTORIS CUSTOS DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II.

Ahora, al comienzo de esta peregrinación, la fe de María se encuentra con la fe de José. Si Isabel dijo de la Madre del Redentor: «Feliz la que ha creído», en cierto sentido se puede aplicar esta bienaventuranza a José, porque él respondió afirmativamente a la Palabra de Dios, cuando le fue transmitida en aquel momento decisivo. En honor a la verdad, José no respondió al «anuncio» del ángel como María; pero hizo como le había ordenado el ángel del Señor y tomó consigo a su esposa. Lo que él hizo es genuina "obediencia de la fe" (cf. Rom 1, 5; 16, 26; 2 Cor 10, 5-6).

Se puede decir que lo que hizo José le unió en modo particularísimo a la fe de María. Aceptó como verdad proveniente de Dios lo que ella ya había aceptado en la anunciación. El Concilio dice al respecto: «Cuando Dios revela hay que prestarle "la obediencia de la fe", por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios, prestando a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por él». La frase anteriormente citada, que concierne a la esencia misma de la fe, se refiere plenamente a José de Nazaret.

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