¡Qué bueno sois, Dios mío, como os apresuráis a levantar a los pecadores, a gritar «Esperanza» a los culpables! ¡Cómo os mostráis desde las primeras páginas del Evangelio, que sois el Buen Pastor, el Padre del hijo pródigo, el médico divino que habéis venido para los enfermos!
Me parece que, desde las primeras páginas del Evangelio, os habéis empeñado en repetirnos: «No quiero la muerte del pecador sino que se convierta y viva» (Ez 18,23). Oh Dios, Padre de misericordia, Vos queréis decirnos que hay esperanza y gracia incluso para los culpables, incluso por los que han caído más bajamente, los que más se han ensuciado. Los que a los ojos de los hombres se han envilecido irremediablemente y están caídos, todavía son nobles y bellos a vuestros ojos. Que se arrepientan, que como David, digan: «He pecado» (2S 12,13). Para estas almas que el mundo creía tan perdidas y Vos las habéis totalmente recuperado, levantado, purificado, embellecido, Vos les habéis abierto tan ampliamente el tesoro de vuestros favores que ninguna gracia les es rechazada, ninguna grandeza les es inaccesible.
Por muy abajo que caigamos, no desesperemos nunca. La bondad de Dios está por encima de todo mal posible. «Aunque vuestros pecados fueren como la escarlata, yo haré que queden más blancos que la nieve» (Is 1,18). No hay ningún momento en nuestra vida en el que no podamos comenzar una nueva existencia,... separada, como a través de un muro, de nuestras infidelidades pasadas.
Beato Carlos de Foucauld
No hay comentarios:
Publicar un comentario