1. Pronuncia un "sí" cuando tengas que responder afirmativamente en aras a la justicia y al bien común. Por el contrario, recuerda que a veces un "no" a tiempo, es -a la larga- un "sí".
2. No huyas de tus responsabilidades. Hay cosas que, si tú no las haces, nadie las realizará por ti. Nadie somos imprescindibles, pero todos necesarios. En Nazaret, Dios, me hizo ver, en mi pequeñez, mi papel a desempeñar.
3. Sal de ti mismo. No te cierres en tus problemas, inquietudes o alegrías. Cuando yo me enteré de que estaba llena de Dios, sin pensarlo dos veces, marché corriendo para ayudar a mi pariente Isabel.
4. No te preocupes por lo qué dirán de ti o qué pensarán de ti. Por sorpresa recibí el anuncio del ángel y con muy poca compañía, acogí el nacimiento de mi hijo Jesús. Lo importante es tener y ser feliz con lo que uno ama. Lo demás, es secundario y te quita energías.
5. Deja que los demás disfruten de tu alegría. Cuando ésta se comparte, se multiplica. Los pastores y los reyes, me hicieron ver que el gozo hay que vivirlo con los primeros que llaman a tu puerta.
6. Protege a los tuyos. Sobre todo si crees que el peligro puede frustrar su felicidad, su trabajo, su fama o su destino. Con José y Jesús, camino de Egipto, aprendí que no es bueno instalarse en la comodidad.
7. Intenta comprender y entender las ideas que, más allá de la ideología, fomenten la fraternidad y la presencia de Dios. De Jesús, en más de un momento, me costó asumir sus palabras, actitudes y comportamiento. Luego, concluí, que Dios andaba por medio.
8. Potencia la verdad de la fiesta. No te conformes con una fiesta maquillada y rocambolesca. El éxito de un banquete no lo da lo que llena la mesa, sino la suma de todas las actitudes de los comensales. En Caná, con una indicación, me sumé a lo que podría haber sido un fracaso. Jesús quiere una auténtica diversión para vosotros.
9. Sé agradecido. No te importe decir gracias mil veces, o las que hagan falta. La gratitud, además de producir bienestar en la otra persona, hace que nuestro interior quede más relajado y con la conciencia más tranquila. Cuando Dios me bendijo, lo único que le dije es: ¡gracias!
10. No olvides de "estar ahí" en los momentos donde, otras personas, sufran, lloren o mueran. La soledad es una de las peores cruces que el hombre de la sociedad moderna lleva. Mi hijo murió, en la dureza de una cruz, abandonado, pero conmigo a sus pies. Miles de hombres siguen muriendo sin otros tantos percatarse de esa tragedia.
Este decálogo, mariano, se resume en una frase: no olvidemos que -la sociedad- puede emerger de verdad, si la sabemos sembrar de valores cristianos. María nos ayuda.
J.Leoz
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