«¿Quién conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre
que está en él? Del mismo modo, lo íntimo de Dios lo conoce sólo el
Espíritu de Dios» (1 C 2,11).
Apresúrate, pues, a participar del Espíritu Santo: cuando se le invoca, ya está presente; es más, si no hubiera estado presente no se le habría podido invocar. Cuando se le llama, viene, y llega con la abundancia de las bendiciones divinas.
Él es aquella impetuosa corriente que alegra la ciudad de Dios (sl 45, 5). Si al venir te encuentra humilde, sin inquietud, lleno de temor ante la palabra divina, se posará sobre ti y te revelará lo que Dios esconde a los sabios y entendidos de este mundo (Mt 11,25). Y, poco a poco, se irán esclareciendo ante tus ojos todos aquellos misterios que la Sabiduría reveló a sus discípulos cuando convivía con ellos en el mundo, pero que ellos no pudieron comprender antes de la venida del Espíritu de verdad, que debía llevarlos hasta la verdad plena...
Así como aquellos que quieren adorarle deben hacerlo en espíritu y verdad, del mismo modo los que desean conocerlo deben buscar en el Espíritu Santo la inteligencia de la fe... En medio de las tinieblas de las ignorancias de esta vida, el Espíritu Santo es, para los pobres de Espíritu (Mt 5,3), luz que ilumina, caridad que atrae, dulzura que seduce, amor que ama, camino que conduce a Dios, devoción que se entrega, piedad intensa.
Guillermo de san Teodorico
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