No es posible comprometerse en el apostolado directo si no se es un alma de oración. Seamos conscientes de ser uno con Cristo, tal como él era consciente de ser uno con su Padre; nuestra actividad no es verdaderamente apostólica si no en la medida en que le dejamos a él trabajar en nosotros y a través nuestro con su propio poder, su deseo y su amor.
Hemos de llegar a la santidad pero no para sentirnos en estado de santidad, sino para que Cristo pueda plenamente vivir en nosotros. El don total de nosotros mismos en el amor, en la fe, en la pureza, está ligado al servicio de los pobres. Sólo cuando hayamos aprendido a buscar a Dios y su voluntad, nuestras relaciones con los pobres serán un camino de santificación para nosotros y para los demás.
Amad orar; a lo largo del día sentid la necesidad de orar y esforzaos para orar. La oración dilata el corazón hasta tener la capacidad de este don que Dios nos hace de sí mismo. Pedid y buscad, y vuestro corazón se ensanchará hasta poderle acoger y que esté con vosotros. Lleguemos a ser un verdadero racimo de la viña de Jesús, un racimo que dé fruto. Para ello aceptemos a Jesús en nuestra vida tal como a él le plazca de llegar hasta nosotros:
como Verdad para ser dicha,
como Vida para ser vivida,
como Luz para ser encendida,
como Amor para ser amado,
como Camino para ser seguido,
como Gozo para ser dado,
como Paz para ser derramada,
como Sacrificio para ser ofrecido,
entre nuestros familiares, nuestros prójimos, nuestros vecinos.
Beata Teresa de Calcuta.
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