Hoy, hemos sido alimentados con el carbón de fuego, a la sombra del cual cantan los Querubines (Is 6,2s).
Hoy hemos oído la voz poderosa y suave que nos dice:
Este cuerpo quema las espinas de los pecados, ilumina el alma de los hombres.
Este cuerpo ha sido tocado por la mujer que padecía flujos de sangre y ha sido curada de su enfermedad.
Este cuerpo, con sólo verlo, curó a la hija de la Cananea.
Este cuerpo, la pecadora, con todo el ardor de su alma se acercó a Él y fue liberada del barro de sus pecados.
Este cuerpo, lo tocó Tomás y lo reconoció exclamando: «Mi Señor y mi Dios»
Este cuerpo, grande y muy alto, es el fundamento de nuestra salvación.
Antaño, el que es el Verbo y la Vida nos declaró:
«Esta sangre ha sido derramada por vosotros y entregada para la remisión de los pecados.
Hemos bebido, amados míos, la sangre santa e inmortal.
Hemos bebido, amados míos, la sangre que fluyó del costado del Señor, que cura toda enfermedad, que libera a todas las almas.
Hemos bebido la sangre con la que hemos sido rescatados.
Hemos sido comprados e instruidos, hemos sido iluminados.
¡Mirad, hermanos, qué cuerpo hemos comido!
¡Mirad, hijos, qué sangre nos ha embriagado!
Mirad la alianza pactada con nuestro Dios, por miedo a enrojecer en el día terrible, en el día del juicio (cf 1C 11,29).
¿Quién está en condiciones de glorificar el misterio de la gracia?Hemos sido juzgados dignos de participar del don.
Vigilémonos hasta el fin a fin de poder escuchar su voz bendita, dulce y santa:
«Venid, benditos de mi Padre, recibid en herencia el reino preparado para vosotros» (Mt 25,34)...
Amados míos, celebramos las maravillas del bautismo de Jesús (cf Mc 10,38),
su santa y vivificante resurrección,
por la que el mundo ha recibido la salvación.
Aguardamos todos la dichosa realización
por la gracia y la benevolencia de nuestro Señor Jesucristo:
a Él sean dadas la gloria, el honor y la adoración.
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