CHIARA LUBICH
Con gran alegría recibo sus líneas que dan testimonio del recuerdo y de… la unidad.
Que la Madre del cielo, de la que somos hijas, nos plenifique en la más estrecha unidad y forme en nosotras a su queridísimo Hijo: Jesús Abandonado.
Nos encontramos en la vida, provenientes de dos caminos muy diferentes, las dos orientadas hacia un único Amor. Y ese Amor debe hacernos Uno.
No le he hablado, hermana querida, de nuestra unidad en su aspecto concreto y querría decirle algo hoy por escrito.
Hemos comprendido que el mundo necesita de una cura de… Evangelio, porque sólo la Buena Nueva puede darle la vida que le falta. Es por eso que vivimos la Palabra de Vida.
Cada dos meses el obispo de Asís (Nota: monseñor Giuseppe Placido M. Nicolini, obispo entre 1928 y 1973) nos manda una palabra de la Sagrada Escritura y nosotros la vivimos en el momento presente.
La “encarnamos” hasta llegar a ser palabra viviente. Cada frase del Evangelio es igual a las demás porque contiene toda la Verdad, así como un trozo de la Hostia Santa contiene a todo Jesús.
Sería suficiente una palabra para santificarnos, para ser otro Jesús.
Con el tiempo vivimos muchas palabras de la Sagrada Escritura, de manera tal que quedan como patrimonio imborrable de nuestra alma.
La actual es “No son los que me dicen: ‘Señor, Señor’ los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo” (Nota: Evangelio de Mateo 7, 21).
Esta es la luz que ilumina a todas las personas que pertenecen a la Unidad durante un mes. Luego llegará otra.
Vivirla en el momento presente es nuestra tarea.
Y todos pueden hacerlo: de cualquier vocación, edad, sexo, condición social… porque Jesús es Luz para todo hombre que llega a este mundo.
Con este simple método nos re-evangelizamos y, con nosotros, al mundo.
¡Quien vive la verdad llega a esta luz!
Intente vivirla y encontrará toda la perfección; y así como cada mañana se alimenta de la Eucaristía, también la saciará esta Palabra. Encontrará en ella, como decía san Francisco, “el maná escondido de las mil fragancias”.
Sólo en la verdad amamos. De lo contrario, el amor es un sentimentalismo vacuo. El amor verdadero es Cristo, la Verdad, el Evangelio.
Seamos Evangelios vivientes, Palabras de Vida, otros Jesús. Así lo amaremos realmente, e imitaremos a María Santísima, la Madre de la Luz, del Verbo.
No tenemos otro libro que el Evangelio, ni otra ciencia u otro arte. Allí está la Vida. Quien la encuentra no muere.
No sé, querida hermana, si he logrado explicarme.
Confío al Espíritu Santo estas pocas palabras. Si el Señor así lo quisiera nos volveremos a encontrar. Mientras tanto, que la unidad con Él sea nuestro único sueño. Con Él directamente y con Él en el prójimo, haciéndonos uno con sus dolores, lágrimas, tormentos, preocupaciones, alegrías, cansancios, trabajos.
En esta unidad encontraremos la paz plena y el gozo perfecto prometidos.
Guardemos en el corazón este tesoro. Él, como un Padre, un Esposo, un verdadero Amigo, al derramar su sangre por nosotros, nos regaló la posibilidad de gozar en plenitud. ¿Hay un amor más grande? Me despido en el infinito amor de Dios e invoco para usted todo el fuego del Esposo.
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