Oh Misericordioso que lloras con nosotros
desde las primeras lágrimas de Adán y Eva,
derrite con tu mirada la dureza de nuestro corazón.
Haznos capaces de recibir y de dar tu divina compasión.
Tú has venido entre los hombres
desnudo y humillado,
pobre y enfermo,
solo y rechazado.
No dejes que pasemos junto a ti sin mirarte,
no dejes que vivamos junto a ti sin reconocerte y amarte.
Tú, que eres misericordioso,
que cargas con nuestros pecados,
enjugarás tiernamente hasta la última lágrima
de nuestros ojos
y cambiarás en alegria de salvación
todo el sufrimiento de los hombres.
(Anna Maria Cáponi)
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