“Si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros”
Mateo 6, 14
Mateo 6, 14
Todo hombre está en deuda con Dios y todo hombre está en deuda con su hermano. En efecto, ¿quién no estaría en deuda con Dios sino aquel en quien no se encontrara pecado? ¿Y quién no estaría en deuda con su hermano sino aquel que nunca ha ofendido a nadie? Así pues, todo hombre es a la vez deudor y acreedor… Un mendigo te pide limosna y tú eres el mendigo de Dios, porque, cuando oramos, todos nosotros somos mendigos de Dios. Permanecemos en pié, o mejor, nos prosternamos ante la puerta de nuestro Padre de familia (cf Lc 11,5s); le suplicamos lamentándonos, deseosos de recibir de él una gracia, y esta gracia, es Dios mismo. ¿Qué es lo que te pide el mendigo? Pan. Y tú, que es lo que le pides a Dios si no es a Cristo, el cual ha dicho: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo” (Jn 6,51). ¿Queréis ser perdonados? Perdonad. “Devolved y se os devolverá”. ¿Queréis recibir? “Dad y se os dará” (Lc 6,37)…
Debemos, pues, estar dispuestos a perdonar todas las faltas que se cometen contra nosotros si queremos que Dios nos perdone. Sí, verdaderamente, si nos ponemos a considerar nuestros pecados y pasamos revista a las faltas que hemos cometido, no creo que podamos dormirnos sin que nos sintamos el peso de nuestra deuda. Por eso cada día presentamos a Dios nuestras peticiones, cada día nuestras peticiones llegan a sus oídos, cada día nos prosternamos diciendo: “Perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido”. ¿Qué deudas quieres que se te perdonen? ¿Todas, o una parte? Seguro que respondes: Todas. Pues haz tú lo mismo con tu deudor.
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte) y doctor de la Iglesia – Sermón 83
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