En una pobre iglesia escondida entre casas del antiguo barrio de San Roque, tenía lugar el suceso más transcendental de toda la Historia del Carmelo.
Detrás de una tupida reja de madrea, vestidas de burdo sayal de lana, descalzas y tocadas con velos de lienzo blanco, estaban cuatro doncellas pobres. Y con ellas, la Madre Teresa de Jesús, con su 47 años de edad. “Fue para mi como estar en la gloria” (Vida 36, 6), diría ella más tarde embriagada de gozo y de nostalgia.
Llegó el Maestro Gaspar Daza. Celebró la Santa Misa con aquel misal que Doña Guiomar había comprado, junto con unas campanillas, en los días precedentes. Un altar sencillo con sus velas de cera encendidas. Y todo bajo la mirada del artesano de Nazaret, San José.
La Madre comulgó con más fervor que nunca, igual que sus novicias, como se acostumbraba en la Orden los días de la toma del hábito y de la Profesión. Y no pudo evitar mirar a sus hijas con lágrimas en los ojos: Úrsula de los Santos, Antonia del Espíritu Santo, María de la Cruz y María de San José. Ataviadas con sus capas blancas, parecían un nido de palomas; mejor, un coro de ángeles que Dios había puesto en sus manos para comenzar con ellas algo que…. Todavía no había podido imaginar.
Acabada la Eucaristía, Daza reservó el Santísimo Sacramento en el Sagrario. Y desde entonces, Nunca a través de los cuatro siglos y medio faltaría la alabanza divina a los pies del Amor de los amores en San José de Ávila.
“Pues todo concertado, fue el Señor servido que, día de San Bartolomé, tomaron hábito algunas, y puso el Santísimo Sacramento, y con toda autoridad y fuerza quedó hecho nuestro monasterio del gloriosísimo padre nuestro san José… y hecha una obra que tenía entendido era para servicio del Señor y honra del hábito de su gloriosa Madre, que éstas eran mis ansias” (Vida 36, 5-6).
Daza se sentía impactado por un no sé qué, que como no podía disimular su emoción y su ternura… el aíre cálido de aquella mañana de verano, mezclado con el olor del incienso y la fragancia de las flores, se respiraba un aroma especial, aroma que no se parecía a nada conocido, era la alegría de unos corazones alegres, empapados de la sencillez de Dios.
Doña Inés y Doña Ana de Tapia – dos primas de la Madre Teresa- religiosas del convento de La Encarnación, Juan de Ovalle y Juana de Ahumada, que presenciaron el acto, no salían de su asombro. No sabían si reír o llorar de tan emocionados como estaban. Aquello todo tan humilde, tan sencillo, tan autentico… Hubieran dado lo que fuera por detener el tiempo… La diminuta iglesia, con sus rejas y el altar con sus manteles blancos preparados con tanta ilusión por la Madre Teresa… Los ornamentos y vasos sagrados, sencillos pero dignísimos… Las miradas inocentes y luminosas de las novicias con sus manos cruzadas sobre el pecho bajo el escapulario de la Virgen… Pero, fue sobre todo, la figura maternal de la Fundadora, su alegría contagiosa, su fervor angélico, sus detalles de caridad para con todos, su condición suavísima y apacible que en todo sabía poner su toque de gracia y de oportunidad… De verdad que fue grande aquel día, como estar en la misma Gloria.
Una vez cerradas las puertas del Sagrario, la Madre Teresa con sus cuatro novicias se quedaron en el pequeño coro largo rato, en acción de gracias, de rodillas ante la reja que comunica con la iglesia, los ojos bajos y recogidos. Una iglesia más donde fuese adorado el Sacramento del Altar.
Ahora… La Madre Teresa de Jesús hubiera sido incapaz de sospechar la transcendencia histórica de la aventura que acababa de empezar en San José.
Y a la fundación del convento de San José, seguirían 18 fundaciones más: Medina del Campo (1567), Malagón (1568), Valladolid (1568) Durelo (1568), Toledo (1569), Pastrana (1569), Salamanca (1570), Alba de Tormes (1571), Segovia (1574), Beas (1575), Sevilla (1575), Caravaca de la Cruz (1576), Villanueva de la Jara (1580), Palencia (1580), Soria (1581), Granada (1582) y Burgos (1582).
Y "Como aquella primera vez el 24 de agosto de 1562, hoy vuelve a repicar la campanita rota o primitiva que compró la Santa a precio de saldo por el agujero con que salió de la fundición y cuyo peculiar tañido inauguró el Carmelo Descalzo el amanecer del 24 de agosto de 1562. Hoy, esa campana anuncia los 450 años de la consagración del convento de San José y el inicio de una gran historia que sigue viva..." 450 años de vida al servicio de la Iglesia y desde la Iglesia al mundo entero.
HOY EL CARMELO DESCALZO CUMPLE 450 AÑOS.
Que Santa Teresa de Jesús nos anime y nos ayude a reemprender el camino o mejor, abrirnos una ruta en medio de un paisaje que en ocasiones nos aparece como un desierto vacío y sin caminos, en el cual nos sentimos perdidos, y otras veces, como una selva impenetrable en la cual es imposible encontrar un sendero por el que avanzar.
DAVID ALARCON, OCD
MENSAJE DEL P. GENERAL DE LA ORDEN
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