Oh Santa María, Virgen de los inicios,
confiados te invocamos en los inicios del tercer milenio
de la vida de la santa Iglesia de Cristo:
Iglesia tú misma, tienda humilde del Verbo,
mecida por el soplo del Espíritu.
Misericordiosa, acompaña nuestros pasos
hasta los confines de la humanidad
redimida y apaciguada,
y mantén contento y firme nuestro corazón
en la certeza de que el dragón
no es más fuerte que tu belleza,
Mujer frágil y eterna, salvada la primera
y amiga de las criaturas
que todavía en el mundo gimen y esperan
Amén.
Beato Juan Pablo II
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