viernes, 24 de febrero de 2012

¿Es ése el ayuno que yo quiero?

El que practica el ayuno debe comprender qué es el ayuno: debe
acoger con agrado al hombre que tiene hambre si quiere que Dios le acoja con
su propia hambre; debe ser misericordioso si espera recibir misericordia...
Lo que hemos perdido a través del desprecio, lo hemos de conquistar a través
del ayuno; inmolemos nuestras vidas con el ayuno, puesto que no hay nada más
importante que podamos ofrecer a Dios, tal como da pruebas de ello el
profeta cuando dice: «El sacrificio que Dios quiere es un corazón
quebrantado; el corazón quebrantado y humillado, Dios no lo desprecia» (Sl
50,19).

Ofrece, pues, a Dios tu vida, ofrece la oblación del ayuno para
que le llegue a Él una ofrenda pura, un sacrificio santo, una víctima viva
que interceda en favor tuyo... Mas, para que estos dones sean agradables es
preciso que vayan seguidos por la misericordia. El ayuno no da ningún fruto
si no es regado por la misericordia; el ayuno se convierte en menos árido
acompañado de la misericordia; lo que es la lluvia para la tierra, lo es la
misericordia para el ayuno.

El que ayuna puede muy bien cultivar su corazón, purificar su
carne, arrancar vicios, sembrar virtudes: si no derrama sobre ellos la
misericordia, no recoge ningún fruto. Tú que ayunas, tu campo ayuna también
si le privas de la misericordia; tú que ayunas, lo que esparces a través de
la misericordia, crecerá de nuevo en tu granero. Para no despilfarrar por tu
avaricia, recoge por tu generosidad. Cuanto das al pobre, te lo das a ti
mismo; porque lo que tú no cedes a otro, tampoco tú lo tendrás.
San Pedro Crisólogo

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