sábado, 1 de octubre de 2011

Santa Teresa del Niño Jesús

Parroquia
«Nuestra Señora de Begoña»
Padres Carmelitas
Gijón

«Jesús, Amor mío..., al fin he encontrado mi vocación ¡Mi vocación es el Amor...!
En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el Amor... Así lo seré todo...»
(Historia de un alma, Ms B 3v)

ENTREVISTA A SANTA TERESITA

I.- NACIMIENTO Y PRIMEROS AÑOS

1.- ¿Dónde naciste, Teresita?
Nací en Alençon, al norte de Francia, el jueves 2 de enero de 1873.

2.- ¿Quiénes fueron tus padres?
Mi padre se llamaba Luis Martin, y tenía una relojería-joyería, que luego vendió para llevar la contabilidad del negocio de mi madre.
Mi madre se llamaba Celia Guérin, y tenía un taller de «punto de Alençon», una clase de encaje muy apreciado en Francia.

3.- Dónde te bautizaron?
En la iglesia de Nuestra Señora, a los dos días de nacer.

4.- ¿Quiénes fueron tus padrinos?
Mi hermana mayor, María, y Pablo Alberto Boul, ambos de 13 años de edad.

5.- ¿Qué nombre te pusieron en el bautismo?
María Francisca Teresa. Pero siempre me llamaron por este último nombre.

6.- ¿Cuántos hermanos tuviste?
Fuimos 9 hermanos, dos varoncitos y cuatro niñas; los dos varones y tres de las niñas murieron en edad muy temprana (entre los 2 meses y los 5 años de vida); las cuatro restantes nos hicimos monjas, cuatro carmelitas en Lisieux y una salesa. A todos nos pusieron como primer nombre «María», incluso a los varones.

7.- ¿Cómo fue tu niñez?
A los dos meses de nacer, caí muy enfermita. Tanto, que mi mamá temió que también yo me muriese. El médico ordenó que me llevasen a criar con una nodriza en el campo. Un año y un mes después volvía al hogar, sana y rolliza como una campesina.

8.- ¿Y al volver a tu casa?
Tuve una niñez feliz, si puede haberla en la tierra. Era alegre, vivaracha, querida y mimada por todos. La alegría de la casa. Hasta que murió mi mamá...

9.- ¿Cuándo murió tu mamá?
El 28 de agosto de 1877, a causa de un cáncer, a los 45 años. Yo tenía 4 y 8 meses. Fue un golpe terrible. No pude derramar una sola lágrima. Pe-ro a partir de entonces, mi carácter cambió por completo: me volví tímida y extremadamente sensible; lloraba por cualquier cosa, y luego vol-vía a llorar por haber llorado...

10.- ¿Y tu papá?
El 29 de julio de 1894, a punto de cumplir 71 años. Su enfermedad fue una de las mayores cruces de mi vida: mi papaíto querido, poco a poco, fue perdiendo la razón, hasta el punto de tener que ser ingresado durante tres años en un sanatorio psiquiátrico. ¡Mi rey adorado, en un manicomio...! Mis hermanas Leonia y Celina fueron para él dos ángeles custodios, que no se separaron de su lado. Y mis tíos Celia e Isidoro y sus hijas, lo mismo. Sólo Dios sabe lo que sufrimos. Pero hoy los considero como los años más ricos de nuestra vida. Yo me sumergí en la contemplación del rostro desfigurado de Jesús: mi papaíto querido era una imagen de esa Faz desfigurada.

11.- ¿Dónde hiciste tus estudios?
Primero en casa, con mis hermanas María y Paulina. A los 8 años y medio ingresé como medio-pensionista en el colegio de las Benedictinas de Lisieux, adonde nos trasladamos a vivir tras la muerte de mamá. Pero cinco años después, cuando Celina dejó la Abadía, la estancia allí se me hizo insoportable. Ansiedad, frecuentes dolores de cabeza... Mi papá decidió sacarme del internado (me faltaban dos años para terminar). Empecé a ir varias, veces a la semana, a clases particulares con la Sra. de Papinau.

12.- Tengo entendido que ya antes estuviste muy enferma...
Sí, en octubre de 1882, cuando yo tenía 9 años, Paulina entró de improviso en el Carmelo. Para mí fue un golpe terrible. Ella había sido mi se-gunda madre. «¡He perdido a mi Paulina!», pensé. Cinco meses después, se desencadena una ex-extraña y muy grave enfermedad: constantes do-lores de cabeza, fuertes temblores de todo el cuerpo, alucinaciones que se repiten varias veces al día, desvaríos... Papá llegó a pensar que «su hi-jita se iba a volver loca o que se iba a morir». Me curó misteriosamente la sonrisa de una estatua de la Virgen que mi hermana María había bajado a mi habitación.
Tres años más tarde, mi hemana María, mi ter-cera madre, entra también en el Carmelo, y mi afectividad, ya tan frágil, vuelve a re sentirse.

13.- ¿Cuándo decidiste hacerte monja?
Como le dije al Sr. Obispo de Bayeux, «deseo ser religiosa desde que tengo uso de razón». A mis 9 años, cuando Paulina me expli-có lo que era el Carmelo, com-prendí que ése era también el lugar donde Dios me quería. Pero tenía la certeza de que «quería ir al Carmelo, no por Paulina, sino sólo por Jesús».

14.- ¿Pero te costó lo tuyo entrar...?
Mucho más de lo que piensas. Yo me había fija-do la fecha del 25 de diciembre de 1887, aniversario del día en que Jesús secó la fuente de mis lágrimas, me hizo desprenderme de los pañales de la infancia «y comencé, por así decirlo, una carrera de gigante».
No me costó conseguir el permiso de papá. Pero todos los demás se opusieron decididamente: mi tío Isidoro, que era mi tutor, el superior del Carmelo, el obispo de Bayeux: para ellos, yo era todavía demasiado joven para tomar esa decisión.

15.- ¿Y te fuiste a Roma...?
En efecto. Acompañada de mi papá y de Celina, peregrinamos hasta Roma para pedirle al papa esa gracia. Pero tampoco él me la concedió:
- «Haz lo que te digan los superiores».
- «¡Pero, Santísimo Padre, si Usted dijese que sí, todo el mundo estaría de acuerdo...!»
Me miró fijamente y pronunció estas palabras, recalcando cada sílaba: «Vamos... vamos... Entra-rás si Dios lo quiere...». ¡Un fracaso total! Salí hecha un mar de lágrimas... Era el 20/11/1887.
El viaje de vuelta, al contrario que el de ida, fue muy triste.

16.- Y cuál fue el desenlace final?
El 1 de enero de 1888, el Obispo de Bayeux otor-ga el permiso tan deseado. Pero la comunidad aplaza tres meses mi entrada. Mi hermana Pau-lina (ya sor Inés) teme que el frío del invierno en el carmelo dañe a mi salud.
Finalmente, llegó la fecha anhelada: el 9 de abril franqueaba las puertas del carmelo de Lisieux. El 10 de enero de 1889 tomé el hábito de carmelita, y Jesús me hizo el inesperado regalo de una ne-vada, ¡con lo que me encanta a mí la nieve...! El 8 de septiembre del año siguiente, hice mi profe-sión, «inundada de un río de paz».


II.- CARMELITA «PARA SIEMPRE»

17.- ¿Qué sentiste al entrar en el Carmelo?
Al despedirme de mi padre y pedir su bendición, el corazon me latía con tanta fuerza, que creía morirme. Pero una vez cerrada la puerta de la clausura, me inundó una gran paz que no acierto a describir y que ya nunca me abandonó, ni siquiera en las mayores tribulaciones, que no fueron pocas ni pequeñas. «Sí, el sufrimiento me tendió los brazos, y yo me arrojé en ellos con amor...». Pero yo repetía, feliz, estas palabras: «¡Estoy aquí para siempre, para siempre...»!

18.- ¿Y cuál fue el secreto de tu santidad?
Yo siempre deseé ser una gran santa. Pero cuan-do me comparaba con los grandes santos, me sentía como un granito de arena comparado con una montaña cuya cumbre se pierde entre las nubes.
Así que, iluminada por la Biblia, decidí ser una santa pequeñita. Mi santidad debía consistir en el amor, pero en un amor como el de los niños: llenar de amor a Jesús las cosas sencillas y corrientes de cada día. Comer sin protestar lo que me servían, no frotarme en invierno las manos llenas de sabañones ni enjugarme en verano el sudor de la cara, callarme una palabra de réplica, no mezclarme en los chismes que surgían en la comunidad, doblegar mi amor propio; y sobre todo, dejar que Jesús amase a través de mí a mis hermanas, prestarles todos los servicios que podía, sin pedir nada a cambio; y sonreír, ofrecer siempre a todas mi mejor sonrisa.

19.- Una monja de clausura, patrona de las misio-nes. ¿Con qué se come eso?
Antes de hacer la profesión como carmelita, me hicieron la pregunta oficial: «¿Por qué has venido al Carmelo? –Vine para salvar almas, y, sobre todo, para rezar por los sacerdotes». Eso venía ya de antiguo. No quería acumular méritos para el cielo. Deseaba llegar a Dios «con las manos vacías»: que todos mis méritos fuesen a parar a la Iglesia y a las almas. Más tarde, la Madre Priora me encomendó orar especialmente por dos futuros misioneros. Me dediqué a ello con toda el alma. Los convertí en mis hermanos espirituales. Les escribí 17 cartas. Les prometí irme con ellos de misionera después de mi muerte. No quería estar sentadita en el cielo, mientras hubiese una sola alma que salvar... Y puedo asegurarte que, por la gracia de Dios, lo estoy cumpliendo...

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