lunes, 7 de diciembre de 2009

La Virgen María en el Adviento


+ Vicente Jiménez Zamora
Obispo de Santander

Durante el tiempo de Adviento, que es el tiempo mariano por excelencia, la liturgia de la Iglesia recuerda frecuentemente a la Virgen María, como Hija de Sión y Madre de Esperanza. Es Nuestra Señora del Adviento.

En primer lugar, la recordamos en la solemnidad del 8 de diciembre, precedida de la novena. En esa fiesta, la Iglesia celebra conjuntamente la Inmaculada Concepción de María, la preparación radical a la venida del Salvador en la Navidad y el feliz comienzo de la Iglesia sin mancha ni arruga. Después, en los ocho días antes de la Navidad, desde el 17 al 24 de diciembre, y más concretamente, el domingo cuarto de Adviento anterior a la Navidad, en que resuenan voces proféticas sobre la Virgen Madre y el Mesías, y se leen episodios evangélicos relativos al nacimiento inminente de Cristo.

María es la mujer del adviento. De este modo, los creyentes que vivimos con la liturgia el espíritu del Adviento, al considerar el inefable amor con que la Virgen Madre esperó al Hijo, nos sentimos animados a tomarla como modelo y a prepararnos, vigilantes en la oración y jubilosos en la alabanza, para salir al encuentro del Salvador que viene. Una estrofa de uno de los himnos litúrgicos de Vísperas de este tiempo de Adviento expresa muy bien este sentido de preparación en la espera: “Con María, la Iglesia te aguarda / con anhelos de esposa y de madre, / y reúne a sus hijos fieles, / para juntos poder esperarte”.

Hace más de dos mil años, nació la nueva Eva (María). Un mundo nuevo comenzó su alborada. La luz fue venciendo a las sombras. El alba tenía rostro de mujer. Y Dios iba sembrando gérmenes de vida. Después de dos mil años, María, la nueva Eva, no se ha alejado de nosotros y participa de la intercesión constante de Jesús a favor nuestro.

María nos da a luz al Salvador del mundo, “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 16), el “fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización “ (Vaticano II, GS 45). Como dice San Bernardo, la Virgen dichosa “ha abierto el corazón a la fe, los labios al consentimiento y las entrañas al Creador”.

En las fechas últimas del Adviento, cercana ya la Navidad, damos gracias a Dios por el regalo de la Virgen María, predestinada para ser la Madre del Salvador y por quien nos vino el autor de la vida, Jesucristo. Con la antífona mariana Alma Redemptoris Mater rezamos y cantamos: Madre del Redentor, Virgen fecunda, puerta del cielo siempre abierta, estrella del mar, ven a librar al pueblo que tropieza y se quiere levantar. Ante la admiración de cielo y tierra, engendraste a tu santo Creador, y permaneces siempre Virgen. Recibe el saludo del arcángel Gabriel y ten piedad de nosotros, pecadores”.

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