lunes, 4 de abril de 2011

“Se lavó; cuando volvió, veía”

Gregorio de Narek (hacia 944 1010ca.), monje y poeta armenio de la Iglesia Católica - Libro de oraciones, nº 40

     Dios todopoderoso, Bienhechor, creador del universo
escucha mis gemidos, que estoy en peligro.
Líbrame del temor y de la angustia;
líbrame por tu fuerza poderosa, tú que todo lo puedes…
Señor Jesucristo, corta la malla de mi red con la espada de tu cruz victoriosa, el arma de vida.
    
Por todas partes esta red me envuelve, a mí, cautivo, para hacerme perecer;
conduce al lugar de tu reposo mis pasos vacilantes y desviados.
Cura la fiebre de mi corazón que me ahoga.
Soy culpable ante ti, quita de mi alma la turbación, fruto de la invención diabólica,
haz desaparecer la oscuridad de mi alma angustiada…

     Renueva en mi alma la imagen de luz de la gloria de tu nombre, grande y poderoso.
     Intensifica el resplandor de tu gracia sobre la belleza de mi rostro
y sobre la efigie de los ojos de mi espíritu, a mi, nacido de tierra (Gn 2,7)
Corrige en mí, restaura más fielmente, la imagen que refleja la tuya (Gn 1,26)
A través de una pureza luminosa, haz desaparecer mis tinieblas, a mí que soy pecador.
     Inunda mi alma de tu luz divina, viviente, eterna, celeste,
para que crezca en mí la semejanza con Dios Trinidad.
Sólo tú, oh Cristo, eres bendito con el Padre
para la alabanza de tu Espíritu Santo
por los siglos de los siglos. Amén

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