miércoles, 17 de noviembre de 2010

Será para vosotros la ocasión de dar testimonio


La experiencia de los mártires y de los testigos de la fe no es característica sólo de la Iglesia de los primeros tiempos, sino que también marca todas las épocas de su historia. En el siglo XX, tal vez más que en el primer período del cristianismo, son muchos los que dieron testimonio de la fe con sufrimientos a menudo heroicos. Cuántos cristianos, en todos los continentes, a lo largo del siglo XX, pagaron su amor a Cristo derramando también la sangre. Sufrieron formas de persecución antiguas y recientes, experimentaron el odio y la exclusión, la violencia y el asesinato. Muchos países de antigua tradición cristiana volvieron a ser tierras donde la fidelidad al Evangelio se pagó con un precio muy alto. En nuestro siglo "el testimonio ofrecido a Cristo hasta el derramamiento de la sangre se ha hecho patrimonio común de católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes" (Tertio millennio adveniente, 37).

Yo mismo fui testigo en los años de mi juventud, de tanto dolor y de tantas pruebas. Mi sacerdocio, desde sus orígenes, "ha estado inscrito en el gran sacrificio de tantos hombres y de tantas mujeres de mi generación" (Don y Misterio, p. 47). La experiencia de la Segunda Guerra Mundial y de los años siguientes me ha movido a considerar con grata atención el ejemplo luminoso de cuantos, desde inicios del siglo XX hasta su fin, experimentaron la persecución, la violencia y la muerte, a causa de su fe y de su conducta inspirada en la verdad de Cristo.

¡Y son tantos! Su recuerdo no debe perderse.
Juan Pablo II

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