sábado, 16 de enero de 2010

Meditaciones de San Juan María Vianney


María es tan buena que no deja de echar una mirada de compasión al pecador. Siempre está esperando que la invoquemos. En el corazón de María no hay más que misericordia.

Volvamos a María con confianza, y estaremos seguros de que, por miserables que seamos, ella obtendrá la gracia de nuestra conversión.

María, no me dejes ni un instante, estate siempre a mi lado.

¡Cuánto amo las pequeñas mortificaciones que nadie ve!

¡Qué feliz estoy de que vengan los pobres! Si no viniesen, tendría que ir yo a buscarlos y no siempre hay tiempo.

Cuando el sacerdote da la absolución, no hay que pensar más que en una cosa: que la sangre del buen Dios corre por nuestra alma lavándola y embelleciéndola como era después del bautismo.

Los buenos cristianos que trabajan en salvar su alma están siempre felices y contentos; gozan por adelantado de la felicidad del cielo; serán felices toda la eternidad.

Cuando nos abandonan a nuestras pasiones, entrelazamos espinas alrededor de nuestro corazón.

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